El
progreso que nos venden
Dicen que la prosperidad era el
atributo del pueblo y el trabajo era el común denominador. Era una sociedad muy
igualitaria formada básicamente por obreros de un frigorífico que dejó de funcionar
hace ya más de 35 años. Este pueblo estaba orgulloso de su fábrica, pues había
generado muchos adelantos para los habitantes. La luz eléctrica llegó antes que
a la capital del país, lo cual era mucho decir y cada 15 días se decía que caía
una lotería en el pueblo debido al pago de las quincenas.
La gente prosperaba rápidamente,
sobre todo aquellos que eran inteligentes e invertían ese dinero en casas,
tierras, pertenencias útiles y en hacer estudiar a sus hijos. Por supuesto que
también estaban aquellos que gastaban ese abundante dinero en prostíbulos, bares y
juegos de azar.
Disfrutar de sus playas doradas y
pescar era la diversión más común, pues el pueblo estaba rodeado de agua y la
cantidad de peces era muy abundante. A la rambla de la ciudad había que ir
temprano para conseguir un buen lugar ya que muchas personas se acercaban con cañas de diferentes
tamaños y aparejos. Había quienes competían de forma solapada con los vecinos
de pesca por obtener la pieza más grande y no se precisaba saber mucho de pesca
para sacar algo, cualquier chambón sacaba.
Dicen también que hubo tiempos
difíciles. La gran huelga duró casi tres meses y la gente tuvo que
arreglárselas como podía. Algunos pescaban para comer, hacían quinta o leña.
Los demás, salían a cazar o hacían “changas” a los vecinos. Todo el mundo se
las arreglaba como podía y sin embargo nadie pasó hambre, ni se desnutrieron
los hijos de las familias numerosas.
Lo triste de esta historia es que
esta fábrica considerada tan importante y próspera, que desde sus orígenes le
dio vida al pueblo durante tantos años, cerró. Las condiciones del mundo habían cambiado, ya no era tan
rentable comprar allí. Nadie lo podía creer, la fábrica que los había hecho
conocer en todo el mundo y que les daba identidad como pueblo cerraba sus
puertas. Simplemente, había dejado de ser rentable.
El desánimo y los reproches corrían
por las calles. Unos decían que había sido el sindicato, otros culpaban a
quienes robaban a pesar de los beneficios y el buen sueldo. Otros, a quienes
querían que se nacionalizara el frigorífico, a los comunistas o a los milicos.
Todos tenían la culpa, pero nadie se juntaba para pensar qué se podía hacer
para mejorar la situación. ¿Cómo iban a
hacer si los que dirigían la fábrica ya se habían ido? Las técnicas de
producción la conocían sólo ellos y los mercados también los manejaban ellos.
Esta impotencia sumió al pueblo en
una gran depresión y los años que siguieron solo fueron lamentos, reproches y
añoranzas de esos momentos de prosperidad y trabajo.
Pero la ciudad no había perdido sus
bellezas naturales. Estaba rodeada por un ancho río, lugares naturales y
tierras muy productivas pero poco explotadas aunque todo esto cambiaría muy
pronto.
Las ventajas que ofrecía la zona,
atrajo a extranjeros interesados en colocar una nueva fábrica. Todo el mundo
vibraba de alegría por la posibilidad de volver a tener todo aquello que alguna
vez se tuvo.
Las expectativas del pueblo disolvió
los cuestionamientos y cuando los directivos de la futura empresa organizaron
una reunión para explicar el proyecto, no faltó alguien del lugar que llevó gurises
para bailar tango y de esta manera agasajarlos. Tanto fue lo que bailaron y la
bienvenida que se les dio que después quedó poco tiempo para hablar de temas
secundarios como son la contaminación y el impacto ambiental.
Preguntas incómodas como: -¿Qué va a
pasar con la salud del río? -¿Nos afectarán los gases de la chimenea? -¿El agua
seguirá siendo potable? -¿Por qué tan alta la chimenea? fueron rápidamente
aclaradas o apagadas por muchos del pueblo que las consideraban inconvenientes y desubicadas.
_ ¿Hasta cuando vamos a tener que soportar a
esos que sólo están para la negativa? -¡Seguro tiene trabajo y la panza llena!
_ ¡Los desconfiados, son esos que no quieren
que otros progresen!
El bochinche en el pueblo era mucho y
tanto se comentaba, que una ciudad vecina se comenzó a preocupar. Si era cierto
lo que se decía, ellos se verían afectados. Fue así que comenzaron a organizarse y a pedir
información.
Mientras esto ocurría, los medios de
información, que contaban con propagandas bien pagas por empresas relacionadas
al proyecto, comenzaron a tener programas en los que explicaban todos sus
beneficios y alejaban los temores sobre el impacto ambiental de la fábrica.
La situación tuvo un giro inesperado
cuando los vecinos, viendo los pocos o
nulos beneficios y los muchos peligros
que suponía la empresa proyectada, comenzaron a protestar. Fue peor el remedio
que la enfermedad, y a pesar de manejar argumentos bastantes convincentes,
aunque a veces exagerados, el pueblo se sintió invadido, atropellado en su
capacidad de decidir. Esto fue rápidamente capitalizado por aquellos que
deseaban la instalación. Convencer a la
población de que los del pueblo vecino no tenían nada que ver fue fácil. Seguramente
era por envidia que se quejaban. Se oyeron voces que decían:
_ Ellos querían la fábrica y nos eligieron a
nosotros para colocarla
_ ¡Es seguro, nos la quieren robar!
Este tipo de aseveraciones, con poco
o nulo argumento, fue lo mejor que pudieron hacer los que querían la fábrica;
hasta el más desconfiado se sintió tocado y herido en su amor propio y de
ninguna manera podían dejar que otros se entrometieran en sus cosas y les robaran
lo suyo.
- ¡Qué se piensan esos envidiosos
prepotentes! - se escuchaba en la ciudad.
Los
empresarios por su parte tenían
muy buena relación con los científicos del lugar, les pagaron muy bien para que
hicieran los estudios de impacto ambiental, además de financiarles alguna que
otra investigación.
-Los científicos del país son
confiables- pensaban todos.
Fue así que dirigentes del lugar,
muy comprometidos con la causa de la empresa, salieron a defender los derechos
del pueblo que en realidad eran los de la empresa de ubicarse en la ciudad y
trabajar de la manera que mejor le pareciera. Se creyó oportuno volver a
revivir y recordar los orígenes industriales de la ciudad de manera de encender
el fervor fabril. Se organizó el cumpleaños número 100 de la chimenea del
antiguo frigorífico, aunque nadie se preocupó por saber si el dato era
realmente válido. Se escribieron poemas
en honor a la vieja chimenea y no faltó quien viera en delirios literarios cómo
la nueva fábrica era una continuación de la antigua y en verso las dos
chimeneas dialogaban. Todo esto muy bien orquestado por los sabios dirigentes
que no solamente auguraban muchos beneficios sino que aseguraban que no
existiría perjuicio alguno.
Fue así que comenzó la construcción,
con la gente del pueblo que apoyaba, algunos inconformes y necios egoístas que
presagiaban desastres y los envidiosos del otro pueblo que siempre estaban
tratando de encontrarle un defecto al fabuloso trabajo que se estaba realizando. Fueron dos años de
trabajo, prosperidad y mucho orgullo por la fábrica amada y defendida incluso
hasta la muerte.
Los vecinos envidiosos organizaron
una protesta en la que visitaron el predio donde se estaba instalando la nueva
fábrica para leer una proclama. Para salvaguardar el preciado patrimonio
industrial el presidente mandó movilizar
tropas pues el peligro de una invasión y daño era inminente. Esto sin duda hizo
poner nervioso hasta al más incrédulo del pueblo.
El pensamiento se alineó en contra
de los intrusos invasores y no se prestó atención a cuáles eran los argumentos
de la proclama que se venía a leer. Más de uno en la ciudad pensó en hacerse un
sótano y esconder alimento ante la inminente invasión, cosa que no se veía tan
peligrosa cuando por la televisión se mostraba una gorda con reposera y un
bigotudo con un mate con flores. Sin duda que los rumores y el operativo de
seguridad montado para la ocasión no
serían en vano. Seguramente que alguna
de esas dulces viejitas ecologista tendría algún arma en el bolso o el gordo
con el mate camuflaba una granada de fragmentación. La gente del pueblo estaba desconfiada y
asustada, más vale no darles ventaja a
estos terroristas del progreso.
La fábrica comenzó a funcionar y las
personas que habían sido necesarias en un comienzo dejaron de serlo y fueron
despedidas. Ésta era de última generación y con poco personal altamente
capacitado ya alcanzaba para que trabajara. Los 2000 puestos de trabajo de
forma directa e indirecta que se habían prometido nunca se llegaron a contar.
En esos años, se puso de moda cultivar una semilla alterada
genéticamente que prometía tener un rinde excelente, lo cual hizo que en un
lugar de buenas tierras poco explotadas y con una población con pocos
prejuicios para plantar lo que sea…, se comenzara con la plantación a gran
escala.
Junto con esto también era necesaria
la utilización de un poco de fertilizante y unos insecticidas para matar
algunos bichitos molestos que quisieran comer la producción. Con este negocio
de las semillitas nadie protestó porque el rinde era bueno y la plata daba para
todos.
Al cabo de unos años el río comenzó
a tener cambios de color. En verano, sobre todo, las orillas comenzaron a
teñirse de verde y dejó de ser tan atractiva la playa como antes.
Los bañistas presentaban salpullido
y dolor de oído; la gente dejó de pescar en su rambla, los peces ya no abundaban,
y se morían de frío, según decían los científicos. Cuando el viento arrastraba
el humo de la fábrica, el olor se hacía insoportable.
Nadie decía nada y ya nadie se
quejaba. Las causas son conocidas, pero el futuro es incierto…
Fin
Releer la historia y reflexionar
sobre ella, además de tener la valentía de reconocer errores y vencer la
inercia para cambiar de rumbo e inventar un futuro más bueno para todos, es el
desafío de todo pueblo que desea ser protagonista de su destino y no quedar
atrapado por resentimientos o manejos externos. Esta historia quizá sea la de
muchos pueblos y ciudades de Latinoamérica, Asia o África, ¿quién sabe cuál será el final?
Todo depende de nosotros.
Mi Padre me enseñó que el progreso “es cuando la gente vive
mejor”, por eso yo particularmente soy desconfiado del progreso que nos venden.
Con esta historia quiero homenajear a mi padre que murió en el 28 de marzo del 2013.
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